En 1934, el actor dramático
Jorge Icaza (1906-1978), medianamente conocido como cuentista y autor de piezas
teatrales, publica la novela que marcará a una generación de escritores
indigenistas: Huasipungo. Junto con el peruano Ciro Alegría, autor de El mundo
es ancho y ajeno, Icaza recibe el reconocimiento como autor destacado de un
género literario centrado más en la denuncia social que en la calidad estética
del relato.
Sin embargo, la novela indigenista
ya llevaba varias décadas de escritura en América Latina. Desde Aves sin nido,
escrita en Perú en 1889 por Clorinda Matto de Turner o Wauta Wuaru, escrita en
Bolivia por Alcides Arguedas, el género alcazaba cierto grado de marginalidad
dentro de la literatura. Pero Huasipungo pronto logra ocupar un lugar destacado
al recibir el premio de mejor novela hispanoamericana en un concurso organizado
en Buenos Aires por la “Revista Americana”, apenas un año después de su
publicación.
La novela posee todas las
fortalezas y debilidades de su género, y a pesar de que en Ecuador para
entonces ya se conocían monografías e incluso ensayos reconocidos sobre los
indígenas rurales como el de Pío Jaramillo publicado doce años antes de
Huasipungo, el “problema indígena” se convierte en elemento central latinoamericano
con la novela y las artes indigenistas y salta a la conciencia de los intelectuales
a través de este género.
Huasipungo es la primera novela
de Jorge Icaza. En ella aborda el mundo de la Hacienda, un mundo rural que
conoció en su infancia, pero del que se alejó al regresar a Quito a hacer sus
estudios en un colegio de frailes y luego en la Facultad de Medicina que
abandonó para hacer cursos de Arte Dramático en el Conservatorio Nacional.
Huasipungo, como todas las
novelas indigenistas, fue escrita por un escritor provinciano que luego se
desvincula del contacto directo con los mundos que describe. Pero si en algunos
autores la separación implica una forma de idealización cercana a la novela
romántica y al costumbrismo, en Icaza la narración se torna realista y
descarnada. El destino de sus personajes se pone en escena por la voluntad extranjera
de convertir la hacienda y sus huasipungos en lugares de explotación maderera y
petrolera, cedidos a inversionistas norteamericanos.
Esta voluntad omnímoda de
“progreso” representada por los extranjeros y provechosamente asumida por las
élites quiteñas, hace que el gran patrón de la hacienda Cuchitambo, don Alfonso
Pereira, aparezca como un títere que debe cumplir con las exigencias del poder,
en este caso, construir una carretera y desalojar a los indios de sus
huasipungos. Allí, la noción de progreso nacional choca con las relaciones tradicionales
de la Hacienda, profundamente injustas y coloniales, donde por el trabajo anual
de los indios, éstos reciben un pedazo de tierra que pueden explotar, aunque
siga perteneciendo al patrón. Estos terrenos conocidos en el mundo indígena como
huasipungos y en Colombia como terrajes, se convierten en el único lugar de
afianzamiento de la individualidad indígena, del único lugar de dignificación.
Frente a la corrupción quiteña,
con sus señoras elegantes que son amantes de los curas, y sus doncellas
embarazadas por cholos mestizos, el huasipungo de Andrés Chiliquiga aparece
cándido y humilde. Allí vive a orillas del río junto con la Cunshi, su
compañera, y el perro (ashco) y las gallinas (gashinitas) y los cuyes, y más
adelante, hacia la mitad de la novela, aparecerá el guagua. Contra esta
sencillez e indefensión se organiza toda la trama del poder local escenificado
en las figuras del patrón grande, el mayordomo, el alcalde y el cura.
En la hacienda de Cuchitambo don
Alfonso Pereira deja de ser títere y se convierte en orquestador de la trama de
despojo que viven los indios de los huasipungos, frente a la indiferencia total
que su suerte genera entre los mestizos (cholos) del pueblo de Tomanchi, apenas
un poco más blancos, menos indios, que los runas de la hacienda.
De esta forma, el autor comienza
a poner de presente todos los elementos que caracterizan a Huasipungo como
novela: un énfasis en la construcción de personajes estereotipados cuyas
motivaciones parecen sencillas: el patrón quiere construir una carretera para
cumplir con las exigencias del inversionista Mr. Chapy. Andrés Chiliquinga
quiere estar en su huasipungo en compañía de su Cunshi, su guagua, su perro y
sus gashinitas. En esta simplicidad arrasadora y arrasada reside la fuerza de
la denuncia social. Tras cada capítulo, el absurdo de la dominación que viven los
indios parece llegar a su último límite, sólo para ser superado en el siguiente
apartado por un hecho aún más cruel.
Este pesimismo de Icaza se
ratifica en la incapacidad de los indios para articular una respuesta frente a
la dominación: resisten individualmente apelando a los métodos que la
dominación colonial ha puesto a su alcance: el endeudamiento a través de
préstamos, la súplica y la resignación. Andrés Quilichinga no parece pertenecer
a una comunidad, como los demás huasipungueros trabaja bajo el control del
administrador Policarpo, pero si bien la dominación es colectiva, la forma en
que los indios resisten cada día parece desprovista de solidaridades, de lazos familiares
o comunitarios. Este detalle de la narración bien puede corresponder a un
interés manifiesto de Icaza por mostrar sociológicamente la carencia del indio para
resistir a la dominación. Pero igualmente se puede decir que proviene de su desconocimiento
real del mundo indígena sobre el cual pretende hablar.
Para ratificar aún más la fuerza
de su denuncia, los escritores indigenistas crean una compleja construcción de
voces en el relato a través de las cuales demuestran conocer las situaciones
que describen, muestran que han accedido a ese mundo de explotación y dolor. En
Jorge Icaza, este conocimiento del mundo indígena se expresa a través de un
lenguaje cargado de expresiones en quichua, que pone en boca de los personajes
indígenas para diferenciarlos del lenguaje de los cholos. Este procedimiento
narrativo hace necesario un extenso glosario, que será una de las
características comunes a toda la novela indigenista.
Se puede leer el artículo completo
en el siguiente enlace:
Jorge Icaza escritor ecuatoriano y el peruano Ciro Alegría, nos presentan en sus obras un referente muy importante para adentrarnos a conocer la vida de explotacion, humillación de los indigenas.
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