martes, 22 de julio de 2014

HUAIRAPAMUSHCAS

Huairapamushcas (1948), significa literalmente “Hijos del viento”; es una novela indigenista serrana del escritor ecuatoriano Jorge Icaza  Coronel. 
Cambio y continuidad son quizás los términos más apropiados para describir el argumento de Huairapamushcas.  La novela se desarrolla entre la estancia La Providencia, el pueblo de Guagraloma y el ayllu de Yutanyara.  Gabriel Quintana, quien a través de su esposa ha heredado la estancia, llega al fundo con ideas pseudo-aristocráticas citadinas.  Todo lo que ve lo asquea.  No expresa ningún interés en los campos, el ganado, los bosques.  El único lazo que tiene con la propiedad es su deseo de extraer toda la ganancia posible, de llevársela consigo en metálico.  El cambio de Gabriel es casi inmediato, se adapta y adopta la manera de pensar y actuar del latifundista.  Este cambio se hace evidente en relación a Juana.  Cuando Gabriel llega a la hacienda, la longa intenta sacarle los zapatos, tal como el patrón anterior le exigía siempre.  Gabriel siente asco de la muchacha, y no lo permite.  Poco después, ya establecido en “patrón grande su mercé,” viola reiteradamente a la muchacha.  Este es solamente el inicio de una serie de atropellos y abusos que se ven consumados ya sea personalmente, a través del capataz, o del teniente político o el sacerdote.
El capataz de La Providencia, conocedor del desinterés del patrón por los asuntos de la hacienda, aprovecha, robando reses, quedándose parte de transacciones, timando a los indios, endilgándoles culpas por reses “robadas por cuatreros,” etc.  Hace también las veces de “celestino,” diligenciando los tratos de Salomé Cumba, una chola del pueblo, hermana de su novia, con el patrón.  El conjunto logra que Gabriel, en “pago” de servicios y silencios, les otorgue tierras, dinero y facilite la adquisición de una pulpería-prostíbulo.  Sin embargo, no todo sale bien para Isidro, en tanto uno de sus cómplices, cargado por su conciencia, confiesa los “tratos” de Isidro al patrón.  Este despide a Isidro, tras haberse cobrado los desfalcos del capataz.  El Gabriel que llega de la ciudad es uno muy distinto del que despide a Isidro, sin embargo, se hermana con los demás latifundistas, tanto en palabra como en obra.
El título de la novela, Huairapamushcas, se refiere a los hijos bastardos de Juana, productos de las reiteradas violaciones de Gabriel y que le son endilgados a Pablo Tixi. Son “hijos del viento,” del “diablo blanco.”  La índole —usando el concepto desarrollado en Índole, de Matto de Turner de Pascual y Jacinto, se hace evidente desde antes de su nacimiento: “hablan” antes de nacer, desde el vientre de la longa; en reiteradas ocasiones se expresan  sobre la longa y el comunero.  Tienen sangre de “patrones,” y reclaman sumisión por parte de sus “padres.”  El ejemplo más sobresaliente al respecto está dado con respecto a Pablo: cuando éste intenta cruzar el río crecido, a fin de ir al pueblo a solicitar ayuda para el ayllu, los mellizos, sueltan la soga que sujeta a Pablo, a quien se lo lleva la corriente.  Nada les importa, ni se sienten culpables de la muerte del hombre.  No es igual a ellos.

Indudablemente, uno de los momentos más significativos de la novela está dado por el “castigo” del ayllu a la Virgen Milagrosa.  Puesto que la Virgen no protege a los comuneros, ni les ayuda con su desgracia, ni escucha las súplicas desesperadas con respecto a la creciente y la inundación de las tierras, los labriegos arrojan a la Virgen, de cabeza al pantano.  Su “rebeldía,” dura poco, en tanto que inmediatamente, con culpa, la rescatan.

lunes, 7 de julio de 2014

JORGE ICAZA Y PABLO PALACIO: DIVERGENCIAS EN LA NOVELÍSTICA DE DOS ESCRITORES DE LA MISMA ÉPOCA

María José Torres
Mientras nuestro país atravesaba una profunda crisis política, social y económica en 1930, Icaza y Palacio, evolucionaban notablemente en el género literario.
Jorge Icaza (Quito, 1906 – Quito 1978), uno de los escritores ecuatorianos más leídos en el mundo. Al crear sus obras se sumerge por completo en una realidad que él conoce perfectamente, pues la vivió a temprana edad, aunque quizá vale decir que lo hizo desde el papel de sobrino del latifundista, con ello no se pretende insinuar que no haya conocido completamente la dura realidad de los huasipungueros, sino simplemente que la vivió desde otra perspectiva.
Icaza expresa ideas que se incorporaron  sin mayor problema a la realidad de nuestro país; sus novelas principalmente, antes que sus obras dramáticas, aparecen en el momento justo instaurándose para siempre en nuestra literatura como referentes de la realidad de ese momento. Es importante aclarar que Icaza no está ubicado en el costumbrismo, el cual solo plasma una escena cotidiana tal cual es y no busca un trasfondo realista, sino que está situado en el realismo, pues su obra es de carácter crítico, reflexivo, propositivo y de denuncia social.
Todos estos aspectos confluyen en el principal tema de su producción, la amarga realidad del indio ecuatoriano, en dicho contexto construye un universo literario que se compone de tres aspectos: la comunidad libre, los huasipungueros y la casa de hacienda, estos componentes tienen su razón de ser, más allá de la denuncia social evidente, pretende hacer conocer su intención de manejar una heterogeneidad a lo largo de su creación literaria, donde se inserten, quizá de manera conflictiva, dos o más universos socioculturales; cosa que logra realizar de manera magistral, no solo en sus obras netamente indigenistas, como Huasipungo, En las calles o Huairapamushcas; sino también en su segunda etapa cuando inexplicablemente cambia el indigenismo por el mestizaje, en obras como Cholos o El Chulla Romero y Flores, en cambio, se evidencian dos puntos divergentes: el rechazo a sí mismo por estar en un punto medio: no ser blanco ni indio, y el hecho de tratar de pertenecer a la aristocracia, cosa que consecuentemente no se logra, pues Icaza, como buen estudioso de teatro y por ende conocer un poco del aspecto psicológico de los individuos, plantea una situación bastante común en su obra, los olores, según dice el olor de indio y mestizo está enraizado en la piel, no puede desprenderse de algo que es propio de su identidad, de ahí que en sus novelas predomine la situación del cholo, individuo que no acepta su condición  de indio, quien se somete a diversas peripecias con el fin de alcanzar su ideal: el blanqueamiento, esto para generar la aceptación de la aristocracia y para lo cual adopta sus costumbres por muy diferentes y desequilibradas que le parezcan.
En el lado contrario tenemos a Pablo Palacio (Loja, 1906 – Guayaquil, 1947), instaurador de la vanguardia en Ecuador. Muy adelantado con respecto a la narrativa, temática y estructura de sus obras; por ello comúnmente fue tratado como un excéntrico e incomprensible escritor sin razón de ser, generalmente trató, no de oponerse absoluta y directamente al realismo de escritores de la generación del 30, sino de poner en crisis sus creaciones por medio de su innovadora pero enredada narrativa que fracciona la continuidad y trata de instaurar un nuevo movimiento que rompa con todos los esquemas dispuestos en el canon y que innove lo catalogado como buena literatura. Sin embargo, tal como sucede en muchos aspectos cotidianos cuando se  intenta una revolución, no se logró,  y por el contrario, su obra pasó inadvertida para muchos, inentendible para otros y duramente criticada por la mayoría, hasta entrados los años sesenta, cuando su producción se empezó a estudiar a profundidad se concluyó que proclamaba la lucha contra las tradiciones y el rompimiento de esquemas predispuestos, es decir, el nacimiento de la vanguardia en Ecuador.  
Palacio aborda de manera espléndida el aspecto psicológico de sus personajes, generalmente su obra cuenta con pocos actores, precisamente con el fin de estudiar a mayores rasgos cada uno de ellos, por lo cual también es común que en su discurso sea más complejo el tema de realidad-ficción, continuamente habla del dolor y la violencia que prolifera en situaciones aparentemente normales en la vida cotidiana, pero que son grandes luchas internas con el ser mismo y con la sociedad como tal, de ahí que el Lic. Ernesto Flores manifieste que Palacio aborda el realismo con guantes quirúrgicos, y sí, efectivamente lo hace así, pues trata el realismo principalmente con el fin de contextualizar diversos aspectos de sus tan comunes narraciones subjetivas y conflictivas, de una manera tan magistral como pocos lo hacen.
Al respecto de los dos autores, el doctor en letras modernas, Mauricio Ostria González manifiesta que:
Icaza y Palacio representan dos direcciones opuestas y hasta contradictorias en el marco de la narrativa ecuatoriana y latinoamericana. Relacionarlos implica enfatizar la heterogeneidad de un proceso cultural complejo, poner el acento en formas de leer el mundo que en virtud de su diferencia llegan a construir sentidos divergentes y antagónicos, que posiblemente ayuden a entender las contradicciones en las que se debaten los procesos identitarios de nuestras naciones. (Ostria, 2010, p. 164).
Los dos escritores de la misma generación, a pesar de sus diferencias en la concepción novelística, convergen en un punto clave: la denuncia a la sociedad de una nación repleta de abusos e injusticias a los inferiores; y la clama por crear un cambio positivo, innovador y reformador en la formación interna del ser para posteriormente plasmarlo en una sociedad justa y equitativa, dicha clama se realiza por medio de fines fatalistas como antelación a lo que podría suceder de continuar en una sociedad pavorosa en todas sus formas internas y externas.

domingo, 6 de julio de 2014

CONSECUENCIAS SOCIO-CULTURALES DEL MESTIZAJE EN EL CHULLA ROMERO Y FLORES

El ámbito social y cultural de un pueblo tiene incidencia en el modo de pensar, de sentir, de vestirse y desenvolverse de cada uno de sus integrantes. La delimitación de espacios contrapuestos se convierte en obstáculo a vencer para lograr el ascenso. La sociedad quiteña de la época se presenta impermeable. El muro es cada vez más infranqueable, lleno de escollos. Las puertas se cierran ya que el acceso está vedado para los integrantes del submundo en el que se mueve Romero y Flores y la galería de personajes que lo acompañan en ese trajinar cotidiano. Esta suerte de lucha constante hace visible el proceso de mestizaje marcado en la sociedad quiteña. La relación de Domitila y Miguel, padres de Luis Alfonso, representa la paradoja de una sociedad contradictoria: aunque encarnan polos opuestos, se atraen y, a la vez, se ocultan, porque su relación es transgresora del orden de cosas. Frente a esta realidad, el chulla es la  “metáfora de ese proceso de mestizaje, combinación no buscada, que a su vez da paso a otros mestizajes, que el mismo chulla tendrá que enfrentar” (Serrano, 191).
En El Chulla Romero y Flores, Icaza describe una sociedad mestiza que considera el tener sangre india en sus venas un pecado original y, por lo mismo, trata de ocultarlo y erradicarlo de sí, y sustituirlo por una soñada nobleza: “- fuimos amigos en un tiempo. Muy amigos. Antes de lo… Eso… Eso fue imperdonable. No tiene nombre –comentó la esposa del candidato… -Bueno no es para tanto… -murmuró doña Francisca…”. (Icaza, 82).
En la novela de Icaza veremos que este chulla es un mestizo acosado tanto por las voces españolas de su padre, como por las indígenas de su madre; que recurre a astucias para dar grandes apariencias no sólo económicas sino, a veces, de nobleza. Se avergüenza de su sangre india y se aferra entre otras cosas a su doble apellido que le otorga una pretendida aristocracia de sangre española.
El Chulla es un caminante con aspiraciones, prófugo de su condición mestiza cuyo afán de figurar en un grupo social al que no pertenece revela el conflicto de identidad dividida y enajenada, “se ampara en sus cantinas, se extravía en sus laberintos, se agobia entre sus montañas y se oculta en sus noches” (Egüez, 338).
La novela conlleva una tremenda dosis de denuncia al sistema burocrático del país. Los puestos se consiguen por medio de coimas. La honestidad pierde sentido frente a la realidad cotidiana. El hecho de ser un empleado público le coloca en una situación de farsa, pero las cosas se mueven en este ámbito, por ello, como empleado público, Luis Alfonso Romero y Flores quiere ser honesto en todo momento, pese a que las voces de su conciencia le incitan a aceptar la dádiva: “sintió que la sombra de mama Domitila le obligaba a estirar el brazo hacia el dinero: “Agarra nomás guagua. Corre como longo de hacienda, sin decir gracias como si fuera robado” (Icaza, 165). El autor de la novela propone un estereotipo de una condición social marcada por la realidad que le circunda, haciendo evidente los prejuicios ligados a su origen.
Los prejuicios de los ciudadanos en todas las escalas sociales, provocan la angustia, las fobias ante las aspiraciones humanas. Esta afirmación demuestra Icaza en su personaje protagonista. Luis Alfonso Romero y Flores se siente humillado públicamente ante las palabras desmedidas de doña  Francisca, quien hace alarde del nombre de Miguel Romero y Flores como “un caballero de la aventura, de la conquista, de la encomienda, de la nobleza, del orgullo, de la cruz, de la espada (…) fruto de amor ilegal, mezcla con sangre india” (Icaza, 84-85). Estos epítetos calan hondo en la conciencia del chulla despertando su deseo de venganza, no de la mujer sino de la clase que la representa. El Chulla culturalmente es un mestizo, pero aparenta ser un aristócrata dentro de un mundo de apariencias. Quiere proyectar sus raíces españolas con el alarde de su apellido sonoro, pero pesa igualmente la sangre india De su madre. El escritor convierte este hecho étnico en una metáfora: Majestad y Pobreza. Estas dos realidades viven en contraste y en constante lucha.
Se puede leer el artículo completo en el siguiente enlace:

lunes, 30 de junio de 2014

EL CHULLA ROMERO Y FLORES, UNA FACETA DEL MESTIZAJE QUITEÑO

Amalgama, mestizaje o mezcla son tres palabras que identifican al Quito de los albores del siglo XXI. Aquella ciudad bordea los 2,5 millones de habitantes, distribuidos en familias con hijos nacidos en este terruño y con padres procedentes de otros cantones y provincias.
De esta forma se generan relaciones familiares y comunitarias que tienen al mestizaje como protagonista. Son ellos quienes se distribuyen en la geografía de lo que, ahora, es el Distrito Metropolitano. Pero se trata de un proceso que se fue configurando desde inicios de 1960.
Esta cotidianidad, con realidades y personajes que son fruto de esta transición social, la registra el escritor Jorge Icaza (Quito, 1906-1978) en su novela 'El chulla Romero y Flores'publicada en 1958, obra literaria cuyo eje central analiza las contradicciones propias del mestizaje.
Una obra que da cuenta de dos épocas marcadas de Quito, aquella que cierra los años conventuales que giran en torno a lo que es en la actualidad el Centro Histórico y aquella de una ciudad en expansión que incorpora por el norte el sector de La Mariscal y, por el sur, barrios como la Villa Flora.
Es que Luis Alfonso Romero y Flores es mestizo, realidad generada por su madre indígena y su difunto padre y patrono de su progenitora. Esta realidad le genera vergüenza, lo que aplaca hallando asidero en esa media raíz española plasmada es su doble apellido.
‘Chulla’ por las apariencias propias que se fueron generando al ser parte de la clase media que va buscando identidad en una ciudad que empieza a crecer, que se expande y que desemboca en relaciones sociales más complejas. La apariencia es la principal arma para que Luis Alfonso viva y sobreviva. Añadiendo su opción por la vida bohemia.
Lo que plantea Silvia Madero al analizar la novela: “Jorge Icaza coloca a su personaje principal solo, como un mestizo de clase media que siente pertenecer a la sociedad, pues no es indígena ni tampoco es blanco. Es señalado por su mezcla hiriente... El chulla Romero y Flores lidia con su dualidad desde que se erige a la vida, es la sombra que lo acompaña”.
Con críticas sociales y literarias, la obra de Icaza cuenta una historia que no hace más que registrar parte de la identidad quiteña. Pero a la vez esta novela era el registro de, como lo llama Fernando Carrión, uno de los símbolos identitarios de Quito, que en la actualidad ya no se encuentran. En estos momentos no hay un símbolo ni un personaje que logre identificar al quiteño como lo hacían antes el chulla Romero y Flores o la Torera, personajes que décadas atrás estaban vinculados a la clase media y al aparato estatal. Así lo señala en su artículo ‘Los Quitos del siglo XXI’, escrito en el 2003.

jueves, 26 de junio de 2014

EL CHULLA ROMERO Y FLORES

El Chulla Romero y Flores (1958) rompe con el típico canon costumbrista de Latinoamérica de medio siglo XX, pues lejos de solo retratar el pasado y devenir de la sociedad de Ecuador, expone el desequilibrio interno de sus personajes, que a su vez son los personajes de la vida misma.
Jorge Icaza, integrante de la sociedad de escritores revolucionarios de Ecuador, permite vislumbrar la esencia de un cuerpo cansado de indígena, vejado, negado y blanqueado, incluso por él mismo. El chulla Romero y Flores causó controversia porque no solo es un retrato del folclore y las costumbres de los pobladores de historias, sino una crítica sociopolítica, socioétnica y psicosocial al sistema por medio de la mirada ausente del indígena.
En esta novela indigenista se hace presente la exposición de  la devaluación que se tiene del indígena y su alienación Europa–América, y se busca colocarlo peldaños más arriba, junto a occidente europeo y no debajo de él, en pro de su liberación.
El chulla Romero y Flores se encuentra solo, siguiendo la adjetivación de chulla que deriva del kichwa y significa: solo, impar, hombre o mujer de clase media que trata de superarse a través de las apariencias.
Así pues, Jorge Icaza coloca a su personaje principal solo, como un mestizo de clase media que no siente pertenecer a la sociedad, pues no es indígena pero tampoco es blanco. Es señalado por su mezcla hiriente. Luis Alfonso Romero y Flores se mueve en la sociedad como un ser que adquiere la posición que sus apellidos de blanco le dan, apellidos que adquirió de su padre, el difunto Miguel Romero y Flores, dueño de la casa en la que trabajaba su madre, una indígena.
Durante toda la novela persisten fielmente las dualidades, empezando por la de hombre blanco y hombre no blanco, a la que Jorge Icaza llamaría “majestad y pobreza”. El chulla Romero y Flores lidia con esta dualidad desde que se erige a la vida; es la sombra que lo acompaña, a pesar de que no se cobija bajo ninguna de sus posibilidades.
Luis Alfonso Romero y Flores se enamora de una indígena, Rosario, quien funge como punto central dentro de la obra. Rosario queda embarazada del chulla, a quien no le queda más remedio que casarse con ella y posteriormente trabajar para darles una vida digna.
El chulla consigue empleo en la Oficina de Investigación Económica y es designado para que realice la fiscalización anual. Al revisar las cuentas de un poderoso político y candidato a la Presidencia de la República de aquella época, cuyo nombre era Ramiro Paredes y Nieto, encuentra muchas irregularidades, por lo que es perseguido e incluso se ve obligado a realizar una estafa.
Además de hacer una crítica del indígena y su autonegación, en esta novela se encuentra una clara crítica al sistema sociopolítico que lo esclaviza. Se deja en claro que alguien de sangre indígena no tiene cabida en ningún espacio de la sociedad ni del sistema. A lo largo de la novela se presentan las deficiencias y malos manejos de un sistema a cargo burgueses que niegan su origen aborigen.
Así pues, finalmente el chulla, después de padecer el destierro de la escena política del estado como trabajador y como fugitivo de la supuesta justicia, tiene que desamparar a su esposa, quien a falta de alicientes y atenciones fallece en medio del parto de su hijo.
Este punto culminante de la novela está magistralmente colocado, pues viene a significar la muerte del indigenismo por medio del personaje de Rosario. Es hasta este suceso que el chulla Romero se acepta como indígena y puede sentir que pertenece a algo, por lo menos a un pasado que aún queda en la memoria de los suyos, pero sobre todo que corre por la sangre de él y de su descendencia.
El Chulla Romero y Flores es una mezcla de crítica satírica y burda de la condición del indígena en Latinoamérica desde su visión: majestad y pobreza.

En el siguiente video se observa la lucha interna que tenía El Chulla Romero y Flores ante su accionar:



lunes, 23 de junio de 2014

LAS ESTÉTICAS DE JORGE ICAZA Y PABLO PALACIO BAJO EL SIGNO DE LO BARROCO Y LO CINEMATOGRÁFICO

Las narrativas de Jorge Icaza y Pablo Palacio han sido abordadas tradicionalmente por la crítica como propuestas estéticas contrarias. No se han tomado en cuenta las significativas coincidencias de sus literaturas en relación con la representación artística de la realidad. Tanto la narrativa icaciana como la palaciana coinciden en la recreación del tiempo y el espacio modernos, y, sobre todo, en la incorporación en sus textos de otros lenguajes.
Icaza se apoya en el lenguaje teatral en distintos niveles. La utilización de herramientas del discurso dramático, la concepción de la realidad como una gran farsa social y la representación del mundo a partir de ciertos elementos de una estética barroca, son características fundamentales que revelan una trayectoria particularmente intensa de la obra del escritor quiteño.
Palacio construye, a su vez, su narrativa a partir de la incorporación irónica de los lenguajes filosófico, científico, periodístico, político, cinematográfico y literario, con el objetivo de revelar los mecanismos de la construcción discursiva de la literatura y la realidad. La literatura palaciana se descubre, por lo demás, marcada, como gran parte del arte moderno, por el lenguaje cinematográfico, el cual presenta muchas posibilidades para la recreación artística de un momento histórico complejo y un espacio social en acelerada reconfiguración.
La modernidad ecuatoriana se caracteriza, en gran medida, por la convivencia de varias representaciones del mundo que pugnan por imponerse. Las literaturas de Jorge Icaza y
Pablo Palacio buscan dar cuenta de esa realidad, y, en ese sentido, ellas constituyen una entrada privilegiada de lectura de la tensión existente entre esos varios discursos.
Las narrativas de ambos autores incorporan a sus propuestas literarias, lenguajes provenientes de otros ámbitos de la vida social. Sus propuestas se enriquecen con estas influencias y ellas entregan, además, una mirada crítica de la incidencia de diferentes sistemas de representación en la vida social.
Debido a la lucha que existió entre varias corrientes del denominado realismo literario —social, socialista, abierto― en el Ecuador de las décadas del 20 y 30, casi no se han estudiado los estrechos vínculos que existen entre los autores de esa época.
Las narrativas de Icaza y Palacio han sido abordadas tradicionalmente por l crítica como propuestas y estéticas literarias opuestas. No se ha considerado que ambas literaturas incorporan otros lenguajes como forma de inscribirse en la modernidad, criticarla y desmontar la realidad de dominio que esta acentúa. Ante un discurso literario tradicional, sentido por los dos escritores como insuficiente para dar cuenta de la compleja realidad en que viven, ellos exploran otras formas expresivas que no se limitan a las del lenguaje coloquial o regional. Una de las características fundamentales de las literaturas de las primeras décadas del siglo anterior, es, entonces, la incorporación de distintos lenguajes en la obra, tradicionalmente exiliados por el statu quo estético.
En este sentido, el estudio de esos otros lenguajes que cobran gran fuerza en la modernidad y que son constitutivos de las narrativas de Palacio e Icaza, representa una entrada muy poco transitada, que abre, además, muchas posibilidades de cara a una valoración crítica que no desconozca las inquietudes de dos escritores marcados por su medio y tiempo, y en cuyas propuestas estéticas se descubren muchas coincidencias a nivel de la concepción artística de representación del mundo.
La entrada en la narrativa palaciana a partir de los lenguajes filosófico, científico, periodístico y cinematográfico, y a la de Icaza a partir del teatral, cobra, por lo tanto, gran importancia en la medida en que revela una característica en común de dos escritores marcados intensamente por la modernidad.
En aquella época se desarrollan unas literaturas que pretenden ser revolucionarias, que buscan cuestionar la exclusión política y estética. Muchas de las propuestas de los escritores de este periodo, entre las que se destacan las de Icaza y Palacio, se encaminan hacia la explicación de los contenidos culturales de la nación dominada.
Se puede leer el artículo completo en el siguiente enlace: 

lunes, 16 de junio de 2014

LA CRÍTICA ANTE EL MESTIZAJE Y EL MESTIZO

Una vez publicada la novela Huasipungo, las reacciones de la crítica no se hicieron esperar. Sin embargo, los estudios se centraron tanto en el tema del indio que, durante ese tiempo, el mestizo todavía no había sido tomado en cuenta. Es con la aparición de En las calles que los críticos dirigen su atención hacia la presencia del mestizo en la literatura icaciana. Es hasta entonces que se cree que Icaza se preocupa por este tema. No obstante, no existe un consenso preciso en cuanto a cuándo Icaza se interesa por primera vez en el mestizo. Por ejemplo, en su obra The Indian in the Ecuadorian Novel (1967), Antonio Sacoto sostiene la idea de que el estudio del cholo da inicio en Cholos y continúa en Huairapamushcas (163-64). Años más tarde, en su libro Jorge Icaza: Frontera del relato indigenista (1974), Manuel Corrales Pascual reconoce en Huasipungo la presencia del mestizo como puro instrumento del blanco, mientras que en Huairapamushcas—dice—desarrolla su iniciativa explotadora y opresora (151-52). Acerca del tema de la opresión, el mismo crítico indica que, a pesar de que se mantiene como telón de fondo a lo largo de toda la novelística icaciana, poco a poco cede su importancia a la cuestión del mestizo (249).
Sobre la primera novela de Icaza, nuestro estudio intenta demostrar que el mestizo no está delineado con características que lo definan como tal, sino exclusivamente con base en sus funciones sociales. Este hecho le concede mayor mérito a Huasipungo como novela indigenista, ya que la representación del mestizo en ella sólo viene a jugar un papel secundario pero relevante, pues refleja de manera realista el ingreso del mestizo a la sociedad ecuatoriana, generalmente en sus funciones de guiador de los indios y servidor de los gamonales. Además, los personajes mestizos son importantes por su papel dentro del engranaje socioétnico que implica el mestizaje que Icaza desea perfilar en Huasipungo.
Respecto a En las calles, y con relación a Huasipungo, Cueva considera que el autor desarrolla nuevas facetas y matices que nos llevan “de la problemática esencialmente indígena a la problemática del mestizo” (34). De esta manera, normalmente la crítica coincide en que el tema del mestizo, y más específicamente, el del cholo y el cholerío, Icaza lo trabaja a partir de la novela En las calles. Tal es el caso de Theodore Alan Sackett quien en su extenso estudio El arte en la novelística de Jorge Icaza (1974), sostiene que desde En las calles, Icaza dirige su atención a “la naturaleza del mestizo americano” (504). No obstante, más que ir apareciendo “los elementos mestizos con una mayor profusión que en Huasipungo”, como lo señala Corrales Pascual, es en su segunda novela donde Icaza por primera vez los plantea abiertamente (182).
En cuanto a Cholos, Albert B. Franklin en su publicación 2 Conferencias del Dr. Albert Franklin (1939), apunta que el tema central es “la trascendencia del problema social del cholo sobre cuestiones de raza y de pureza de sangre” (28-29). Por su parte, en su artículo “Nuevas tendencias en la novela”, Arturo Torres-Ríoseco añade que aquí, Icaza estudia la vida y la psicología tanto de blancos como de cholos e indios (92). Ángel Rojas agrega que de Cholos a Media vida deslumbrados, Icaza ha pasado del tratamiento del indio al cholo (201). Por último, Anthony J. Vetrano en su trabajo La problemática psico-social y su correlación lingüística en las novelas de Jorge Icaza (1974), hace hincapié en que el mestizo ya había estado presente en las novelas anteriores a Cholos, pero que en esta narración se convierte en el principal centro de interés (31).
Con relación a Media vida deslumbrados, Sackett especifica que la naturaleza de la clase chola se desarrolla mediante el estudio de un único personaje (1974, 462). A través del protagonista, Icaza nos muestra “la necesidad que el cholo debe tener de orgullo étnico y que éste tiene sus raíces en sus antepasados indios” (Vetrano 76). Por su parte, Sacoto subraya el complejo de inferioridad como el tema central de Media vida deslumbrados (172). No obstante, Icaza le concede mayor importancia al hecho de que el protagonista cargue con el trauma de no ser blanco, antes que destacar el sentimiento de inferioridad que se ha formado en Serafín Oquendo, debido a su condición mestiza.
Se puede leer el artículo completo en el siguiente enlace:

miércoles, 11 de junio de 2014

CACHORROS

María José Torres
El escritor ecuatoriano Jorge Icaza (10 de junio de 1906 – 26 de mayo de 1978) fue una de las figuras más ilustres de Hispanoamérica, su pensamiento siempre estuvo encaminado hacia la defensa de los indios, relatando sus peripecias, discriminaciones e injusticias, de ahí que el tema principal de sus obras sea el indigenismo, el cual es llevado por los indios como un estigma ante el resto de la sociedad, lo que le provoca complejos externos y conflictos internos.
El presente escrito toma el método de análisis estructural de Gerard Genette para hacer un estudio del relato Cachorros perteneciente al libro de cuentos Barro de la Sierra (1933). Dicho relato cuenta la historia de una pareja de indios que tienen dos hijos, se deduce que el primogénito es fruto del abuso del patrón hacia la india Nati, el segundo, por las características físicas, se concluye que es indio.
El niño de cachetes colorados y del pelo castaño, es como se denomina al primogénito en la narración, padece el complejo de Edipo, pues en diversas frases se evidencia el odio que le tiene a su padre por no permitirle estar más tiempo con la india Nati y disfrutar de su teta llena; sin embargo, este rencor era sostenible en el hogar hasta que llegó el segundo hijo y acaparó toda la atención. En esos momentos El niño de cachetes colorados y del pelo castaño se ingenió acciones malvadas para deshacerse de su hermanito, como herirle el rostro, lastimarle los ojos y finalmente hacerlo caer al vacío, lo cual provocó su muerte y le devolvió el trono con su mama Nati.
En el cuento también se denuncia de forma intrínseca el maltrato que recibían los indios por parte de los patrones y mayordomos, haciéndoles trabajar largas jornadas para recibir una mínima remuneración; y la falta de solidaridad con las mujeres que debían dar de lactar y cuidar a sus pequeños hijos.
1. TIEMPO NARRATIVO
1.1 Orden temporal: en el cuento Cachorros encontramos el relato lineal, es decir, desde el punto de referencia, cuando aparece la india Nati amamantando a su hijo, hasta el desenlace, cuando el primogénito provoca la muerte de su hermano.
1.2 Duración: el tiempo que duran los sucesos del cuento es aparentemente menos de un año, pues al iniciar la historia la india Nati estaba en su último mes de gestación, y al finalizar el relato el niño aún estaba gateando, es decir, se encontraba entre los 6 y 8 meses de edad.
- Pausa descriptiva: según Genette, esta es la forma máxima de desaceleración, pues no pasa nada en cuanto a acción, el texto está dedicado a una descripción o pensamiento, en el relato tenemos el siguiente pasaje que lo ejemplifica: “Tendido de bruces, a la orilla del maíz puesto a secar en el patio del huasipungo, siente, ve y palpa la teta de mama Nati llenándole la boca, toda la boca. Sí, es la teta, su teta. ¡Mamiticaaa! Solos, felices...” (Icaza, 1933).
- Escena: hay una correspondencia entre el tiempo del relato y tiempo de la historia, no existe aceleración ni desaceleración, es mayormente apreciable en diálogos; se evidencia en el siguiente fragmento:
“-Cómu nu, mamitica.
-Manu de taita Dius es.
-¿Y cuántu será de pagar, bonitica? 
-Dus cuicitus, nu más.
-Negrus ha de querer.
-Ojalá, pes.” (Icaza, 1933).
1.3 Frecuencia narrativa: en el cuento Cachorros se distingue el relato singulativo, es decir,  los hechos se narran una sola vez desde el inicio hasta el fatídico desenlace.
2. MODO NARRATIVO
2.1 Focalización: es el ángulo de visión del narrador, en este caso se identifica la focalización cero, la cual consiste en que el narrador conoce los más íntimos sentimientos de los personajes, por ejemplo el siguiente párrafo: “»¡Nooo!», protestó alguien instintivamente en la sangre y en los nervios del muchacho de los cachetes colorados y del pelo castaño. Alguien que no era él, alguien que no era taita José, ¡se mamaba lo suyo! ¡Lo suyo! Y ella consentía... (Icaza, 1933).
2.2 Distancia: en el cuento Cachorros encontramos la diégesis, pues se evidencia que en los diálogos el narrador no cede la palabra a los personajes y por ende es más distante; el relator al iniciar o culminar una conversación, lo hace aclarando que aquel es o fue un diálogo propio de los actores del relato.
3. VOZ NARRATIVA
3.1 Niveles narrativos: en el relato se evidencia el nivel extradiegético ya que el narrador se convierte en emisor conocedor de todos los hechos, pensamientos y sentimientos de los todos personajes, y nosotros como lectores somos los receptores de todo ese conjunto.
3.2 Tiempo del relato: el tipo de narración que escogió Jorge Icaza para escribir Cachorros es la narración ulterior, es decir, se encuentra relatada en tiempo pasado, hechos que ya no pueden cambiar su curso.
Cachorros es uno de los pocos cuentos de Icaza en que se aborda tan crudamente situaciones como el fratricidio, al ser uno de sus primeros escritos, según sus palabras en una entrevista, trató de enganchar al lector con una temática diferente y original para la época, y efectivamente lo logró, pues su libro de cuentos Barro de la Sierra (1933) le permitió llegar a ser medianamente conocido hasta antes de publicar Huasipungo (1934).

domingo, 8 de junio de 2014

HUASIPUNGO

Es una de las obras más representativas de la literatura indigenista en Ecuador y Latinoamérica, escrita por Jorge Icaza Coronel en 1934.
RECEPCIÓN
La obra obtuvo en 1934 el primer premio de novela en un concurso organizado por la Revista Americana de Buenos Aires, y fue publicada en esa ciudad por la Editorial Losada. El libro constituyó no sólo una dura crítica a la actitud, además tuvo un enorme éxito de público y fue traducida a varios idiomas (hoy está traducida a 40 lenguas). Está considerada como la obra ecuatoriana más famosa y es una de las novelas indigenistas por excelencia. 
"Huasipungo" es el nombre que se le da al pedazo de tierra que un patrón concedía a un indígena a cambio de su trabajo en la hacienda.
ARGUMENTO
La obra se desarrolla con el personaje indígena de Andrés Chiliquinga, quien trabaja en la hacienda de uno de las personas más adineradas de la época, Don Alfonso Pereira. En el inicio de esta se narra la situación económica en la que se encontraba Pereira, quien después de hacer caso al consejo de su tío decidió viajar al oriente para iniciar la explotación maderera. 
Inicialmente Don Alfonso se muestra como un patrón justo, sin embargo, después empieza a maltratar a sus trabajadores, se aprovecha de sus esposas, quienes eran violadas por él y por sus terratenientes, las horas de labores aumentaban considerablemente, en definitiva, la injusticia reinaba en aquel sitio.
Existía una explotación muy obvia, pero en lugar de realizar algo para hacer prevalecer la salud y el bienestar de los trabajadores y sus familias, aparece El Cura del pueblo, un hombre que se aprovechó de sus hábitos religiosos para ganar dinero, pues cobraba grandes cantidades para realizar los entierros, y con el fin de asegurarse que los indígenas se conviertan en sus clientes, les manifestaba que si sus familiares no eran enterrados correctamente irían al infierno.
Cada día transcurrido se convertía en una herida para el pueblo trabajador, quien fielmente realizaba sus trabajos dejando en segundo plano su seguridad y salud; para alimentarse tenían que llegar al extremo de desenterrar animales y convertirlos en su festín.
La desesperación aparece en el pueblo cuando Don Alfonso realiza un contrato con negociantes de Estados Unidos, quienes de un momento a otro llegan al pueblo para desalojar a los indígenas de sus viviendas; es allí cuando terminó la paciencia de los trabajadores, quienes decidieron luchar por lo que les correspondía, pero el poder económico pudo más y de aquel lugar solo quedaron recuerdos que se perdieron en un río de sangre indígena.
PERSONAJES
Andrés Chiliquinga: indio de la hacienda de don Alfonso y personaje principal de la novela que encabeza la resistencia de los indios durante el desalojo de los huasipungos.
Don Alfonso Pereira: considerado un caballero de la alta sociedad de Quito, de mejillas rubicundas y lustrosas.
Julio Pereira: Tío de Alfonso Pereira, quien le debía un dinero.
Mr. Chappy: 'Gringo' (estadounidense) interesado en las tierras de don Alfonso Pereira.
Doña Blanca Chanique: esposa de Pereira, matrona de las iglesias.
Doña Lolita: hija adolescente de don Alfonso.
Tí­o Julio: poderoso tí­o de don Alfonso, de gruesa figura, cejas pobladas, cabellera entrecana y ojos de mirar retador. Tiene la costumbre de hablar en plural.
Policarpio: el mayordomo de la hacienda Cuchitambo de don Alfonso Pereira.
Jacinto Quintana: mestizo de apergaminada robustez, teniente político del pueblo, cantinero y capataz. Corrupto y autoritario. Desprecia y maltrata a los indios.
Gabriel Rodríguez: conocido como el "tuerto Rodrí­guez", es un mestizo de gruesas y prietas facciones, mirada desafiante en su único ojo, de cinismo alelado y retador al responder o interrogar a la gente humilde.
El Cura: hombre adúltero que por medio de los sermones se encarga de infundir miedo a los indios, aprovechándose de ellos para obtener ganancias económicas.
Cunshi: la mujer de Chiliquinga. Es sumisa y abusada física y sexualmente por el terrateniente (Pereira) y por su propio marido.
LENGUAJE
La novela utiliza en gran parte un vocabulario quichua, por lo cual es necesario apoyarse de un glosario con traducción al español. Es importante el uso del lenguaje de los indígenas ya que permite al lector visualizar el contexto de la obra. El valor literario de la novela en el lenguaje está en el uso coloquial de la legua y en el uso recurrente de figuras literarias.
A continuación se puede observar un cortometraje basado en la novela Huasipungo


miércoles, 4 de junio de 2014

IDIOMA Y ESTILO DE JORGE ICAZA

IDIOMA
Jorge Icaza es el más típico representante de la literatura indigenista ecuatoriana y uno de los más importantes de toda América. La mayoría de los críticos coinciden en afirmar que Huasipungo es la obra que marca la transición de la literatura indianista romántica a la literatura indigenista realista. Es original, por tanto, ya en la valentía de iniciar una novelística que es nueva. Pero mediando en la opinión de los analistas, los decididos y los indecisos en uno y otro sentido, cabe decir que sea Fernando Chaves (con su novela del 27, Plata y bronce) el precursor de esta narrativa indigenista que después se afirma y perfecciona con nuestro autor.
Icaza es original, por otra parte, en incorporar a la literatura no sólo un léxico popular sino un lenguaje popular en su conjunto, con su morfología y su sintaxis; no sólo es hacer un acopio de palabras que usa el pueblo de la sierra. Es más. Es toda la lengua mestiza de los indígenas lo que Icaza sabe comprender tan cabalmente que la utiliza como es utilizada en la comunicación de los indios entre sí y de ellos con los demás. Debiera hacerse un mayor hincapié de este fenómeno, pues se habla de mestizaje en un sentido único del español hacia lo americano, excluyente del otro, que es tan real y tan cierto, del americano hacia lo español. 
La obra de Icaza tiene tantas peculiaridades que resulta imposible negar en él un estilo propio. Fundó el uso del quichua y el castellano en un «sensu» narrativo común -más que híbrido- y a las dos fuentes lingüísticas las somete al mismo tratamiento estético y constituyen en él un sólo instrumento narrativo.
El afán que Icaza tiene por la descripción ambiental no es reducible al simple exotismo tropical. Esa descripción abundante y continua está en la obra porque el autor lo necesita. Icaza denuncia la miseria y la injusticia del indio en un entorno que también es injusto y miserable. Huasipungo no sería nada si estuviera el indio solo, si le quitáramos la casa o la tierra, «el amo, su mercé, patrón grande», el teniente político, los mayorales o el acial, el látigo, con las mil formas de látigo que hay en los relatos de Icaza.
ESTILO
En cuanto al estilo, Icaza tiene predilección por ciertos recursos muy notables en sus diversas obras, por ejemplo:
El paréntesis
Es un recurso utilizado por Icaza de forma abrumadora. En Huasipungo pueden contarse más de seiscientas las veces que el autor sitúa entre guiones partes de la narración. Demasiadas como para pensar que sea dejadez, descuido o comodidad.
A través de estos paréntesis el autor describe el paisaje, la casa, los rasgos circunstanciales de la naturaleza o de los personajes e introduce explicaciones, juicios sobre sus caracteres, comportamiento, apreciaciones, etc. Añade en ellos una serie de aclaraciones, de forma paralela a la narración principal, que, siendo tan reiterativo su uso, podrían distorsionar la lectura de la obra. Pero es que Icaza, ya se ha dicho en este breve apunte biográfico, comenzó a escribir en el teatro; alguno de sus cuentos, especialmente los de la colección Barro de la sierra, están muy próximos en el tiempo a aquella su etapa inicial; y algo tienen, o mucho, de técnica narrativa de guión teatral o cinematográfico.
El monólogo
Esta es otra herramienta literaria usual en la obra que deba ser puesta en escena para ser representada; más aún si se trata de una tragedia. Su utilización es menos automática que los paréntesis y tiene una finalidad más compleja que la pura descripción de un objeto literario; exige un mayor cuidado y mejor dominio. A través del monólogo el autor nos ofrece procesos de interiorización en los personajes sumamente interesantes y sugestivos; no se conforma con hablar en tercera persona y de lleno pasa a la introspección de los protagonistas, a la revelación de su intimidad aun de forma brutal, absolutamente sincera.  
El diálogo
También herramienta de la dramaturgia; pero, al mismo tiempo, es demostración de la originalidad de Icaza en el uso del idioma. «Observemos con atención los textos de los diálogos, paradigma importante del habla de los distintos estratos socio-raciales de la sierra ecuatoriana y de las relaciones de dependencia que se establecen entre ellos: el indio, el chagra, el cholo, el teniente político, el policía, el mayordomo y «el amo, su mercé, patrón grande». El modo de hablar de los personajes refleja a propósito la relación entre ellos, el tono del discurso y la filosofía de la obra».